Desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial la economía argentina creció en forma sostenida, a un ritmo que se aceleró a partir de la década de 1880. El período 1880-1914 fue la etapa de mayor crecimiento económico del país. No fue magia. Fue el, diría hasta hoy, único plan que tuvo el país en sus algo más de doscientos años de existencia. No abarcativo exclusivamente de la economía y su modelo agroexportador sino también a lo social como que con la ley de Matrimonio Civil y la 1.420 de enseñanza gratuita, laica y obligatoria Argentina comenzaba a pilotear el paisaje mundial de países de aquellas épocas. En lo político la «ley Saenz Peña» de sufragio universal, secreto y obligatorio hacía de nosotros un país capaz de hacer docencia en materia de democracia. Sobre ese trípode se asentaba lo que, por aquel entonces era un país que ranqueaba en la octava posición entre los países del mundo.
En este ciclo, la Argentina, pasó a ser uno de los mayores abastecedores de maíz del mundo, el principal exportador de lino, de carnes enfriadas, en conserva y congeladas, y de avena. La elevada tasa de exportación de trigo y la molienda de harina del mismo hicieron llamar a la Argentina “el Granero del mundo”.
Sobre mediados de mayo de este año y tras oír el indicador del IPC aumentar el 8,4 % desbarrancando todo hipótesis que hiciera presumir una baja o al menos un estancamiento del índice inflacionario, el Gobierno salió con nuevas medidas -tan ineficaces como las dictadas anteriormente- entre las que está la decisión de habilitar al Mercado Central dentro del Registro de Importadores, para que pueda actuar en el mismo importando alimentos tras «detectarse» distorsiones en sus precios por parte de la Secretaria de Comercio. Si querido lector, leyó bien. El otrora granero del mundo se propone asignar al Mercado Central una función que no le cabe cual es la de importar alimentos con el objetivo de que la mayor oferta de estos bienes provocará una baja en sus precios de góndola.
Y seguramente Ud. lector que se la pasa leyendo u oyendo la gravedad económica de no contar con reservas -que son con lo que se paga las importaciones- se estará preguntando cómo se conseguirán los dólares que la forman, pero además, no se necesitaría de una mente brillante -como la de John Nash- para pensar que, si en lugar de usar dólares para traer productos alimenticios, no sería más apropiado adquirir fertilizantes, maquinaria y tecnologías para distintas actividades productivas, que podrían abastecer el mercado interno y a su vez generar más divisas por exportaciones.
En realidad no detuve mi vida para hacer un análisis económico de la medida y sus eventuales repercusiones ni me puse a considerar que hay otros rubros, como indumentaria y calzado, que desde hace meses que sus precios suben más que los de los alimentos. sino sencillamente que parece muy loco entender que en la Argentina estemos pensando y ejecutando medidas tendientes a “desalentar exportaciones e importar alimentos».
Si Ud tiene recorrido algunos años por este país en que pasamos los años abrazándonos a nostalgias del pasado no olvidará a aquella mujer que fuera «mito viviente, prócer cultural, blasón de casi todas las infancias» (Patricio Lennard, en nota publicada en Página 12) que se llamó María Elena Walsh. Y de esa poetisa, escritora, cantautora, dramaturga y compositora argentina que conoció los sinsabores del exilio, recordará seguramente un tema de su autoría: «El reino del revés», aquel «en que dos más dos suman tres».
¿ Y esto de que el granero del mundo -que así fue ayer- el mismo que podría alimentar a 550 millones de personas, hoy, tenga que importar alimentos cuando podría alimentar casi diez veces la población argentina de hoy no parece una cruel burla del destino.?
¿O estamos con María Elena Walsh en el Reino del Revés?