¿ARDE ROSARIO?

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¿Arde París?  es una novela histórica de Larry Collins y Dominique Lapierre publicada en 1964. Describe los días de agosto de 1944 y, muy detalladamente, las horas que precedieron a la liberación de París por parte de las Fuerzas Aliadas. La obra debe su título a la pregunta hecha por Hitler a sus generales reunidos en el  Cuartel General de Rastenburg, el 25 de agosto de 1944. Antes de liberar París, había que incendiarla.

¿Y esto que tiene que ver con Rosario, mi ciudad?. La tercera ciudad de la Argentina por número de habitantes, viene librando una feroz batalla contra el narcotráfico. El Ministro de Seguridad de la Nación, lamentablemente, nos informa que la hemos perdido. Que ganaron los narcos.  Pienso. No es la única. Hace menos de un año emprendimos la guerra contra la inflación y el resultado fue que tuvimos casi un 100% de pérdida de valor de la moneda. ¿Nos resignaremos a perderla de la misma manera que venimos perdiendo libertades y las naturalizamos como si nada sucediera?.

Me pregunto ¿habremos llegado a un extremo de pérdida de sensibiidad social que hemos naturalizado las muertes violentas como hechos que no nos sorprenden?. Como en los años setenta, cuando salíamos y le preguntábamos al diariero que nos alcanzaba “La Capital”… “che, a quién mataron hoy”. No preguntábamos a qué bando petenecía. Porque había dos bandos y hasta tres, aunque hoy se pretenda reescribir la historia. También entonces se mataba “por equivocación” o porque encontraban tu nombre en una agenda.

Hoy la muerte proviene del narcotráfico que se ha convertido en un flagelo. Asimilable al terrorismo claro, amparado por la beningnidad de quienes deben combatirlo. Intereses espurios y subalternos han calado a las fuerzas de seguridad, al poder judicial y al propio poder ejecutivo. Con excepciones. Como siempre. Y esa muerte violenta la estamos naturalizando. Naturalizarla es una forma de resignarse. Más cuando oímos que quien debe encabezar la lucha ya la da por perdida. Antes de empezarla. No imagino a San Martín, en los campos de Maipo, alta su espada, en el amanecer de un día glorioso, invocando al Sol por testigo, pensar que la batalla estaba perdida. Al contrario.

Que no es convencional esta guerra. Acordamos. Que esta guerra se arma con generales millonarios y soldaditos humildes que se cobran vidas ajenas o entregan la propia, sin saber por qué. Que, justamente, por no saber por qué se atenta, contra todo límite racional y abandono de los códigos más elementales, por ejemplo,  contra un grupo de chicos de apenas 10 o 12 años, ajenos totalmente a esta guerra  -no convencional- pero que forma parte de la realidad cotidiana.

En Rosario se produce casi una muerte violenta  -y no por accidente-  por día. Homicidios dolosos. Es dramático y dramático es centrar este enfoque en una mera cuestión de estadísticas. Hablamos de vidas humanas, algunas que ni siquiera han empezado a transitarla. Un mes atrás murió una nena de dos años al quedar en medio de una balacera sostenida por  soldaditos adolescentes que pujan por sostener o ganar terriorio para vender droga que enriquece a terceros. Terceros que están en cárceles vip con celulares, wi fi y velocidad de megabytes de bajada que no tiene ninguna escuela a la que estas víctimas de las balaceras acceden. Si acceden.

Cuando se dispara deliberadamente contra cuatro criaturas de las cuales una muere, no se puede decir desde la presidencia de la Nación que “vamos a tener que hacer algo más”. Porque el Presidente no es un relator de la realidad sino es el Presidente.  Porque no es la primera vez que ocurre y él lo sabe porque tres años atrás vino a Rosario a gritar a los cuatro vientos que venía a darle lucha al narcotráfico.  Porque la Provincia no acierta con sus Ministros de Seguridad  -van cinco designados durante la era Perotti-  y menos con su Policía. Su policía sospechada de alto grado de corrupción en las esferas que conducen la misma. Porque la Municipalidad no tiene otras alternativas más que la de hacer un entorno menos amigable con el delito, haciando podas, poniendo más luminarias, abriendo calles.

Y hay que hacer algo más porque descubre el Presidente que los rosarinos somos argentinos. Descubrimiento que lo saca de su estupor cuando se entera que días antes, el supermercado del suegro del ícono del fútbol nacional, Lionel Messi, fue objeto de otra balacera. Esta se produjo cuando el astro -que piloteó el no politizar la obtencion del Campeonato Mundial- se saca una foto que recorre el mundo con el expresidente Mauricio Macri. También recorre el mundo la noticia y las fotos de la balacera. Rosario se conoce como de México se conoce Sinaloa o de Colombia, Medellin.

Mientras los rosarinos ven, azorados, los idas y vueltas que se suceden. El entrecruzamiento vía twitter  -el medio de comunicación actual de gobenantes a gobernados-  que el Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni y el ex Jefe del Ejército, César Milani -coincidentes-,  se inclinan a la política del presidente Nayib Bukele en El Salvador que dista bastante a aquella de reinserción social del delincuente y que menos tiene que ver con la que adopta el Presidente de la Nación que es el Presidente del partido en que militan ambos.

Entonces, en el amanecer de un lunes, un trasnochado Presidente dispara un twitt en el que anuncia que se enviarán un refuerzo de fuerzas federales a Rosario. Como otra vez. Para la foto. Pero también se va a enviar una división del Ejército Argentino  -sin armas- porque estas son las fuerzas de la democracia, como si 40 años hubieren transcurridos en vano. Es un contingente del cuerpo de ingenieros. Me sorprendo y me pregunto. Qué fue de aquel heroico ejército de los Andes a estos soldados que vienen a hacer calles. Me desconcierta. Alguien del Gobierno dice que los camiones verdes (en realidad tan verdes como los de Gendarmería) “meten miedo”. Disuaden. Lo entiendo al vocero. El está en la Casa Rosada. A 300 km de donde cada noche  -y aun de día- el tableteo de balas provoca muertes, derraman sangre, generan pavura.

Vuelvo a mi juventud y recuerdo la película homónima a la novela de Collins y Lapierre. De golpe viene a mi mente la escena final. El enfurecido grito telefónico del Fuhrer que no obtiene respuesta. ¿Arde París?.

¿Arde Rosario?. Tampoco tiene respuesta.