I. “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás” Esta frase le pertenece a Winston Churchill que algo de esto entendía después de haber sido el premier inglés que con “sangre, sudor y lágrimas” llevó a su pueblo a la guerra casi vencido, y lo volvió como un absoluto triunfador en su lucha contra la cruel maquinaria nazi.
Occidente pareció aprender la lección de aquella sentencia aunque no así la otra parte del mundo que había quedado “detrás de un telón de acero”, frase que también, con singular certeza, fue dicho por el gran estadista inglés y servía para marcar la existencia de dos sistemas que se delineaban después de las conferencias de Yalta y Postdam.
Los valores de la libertad y la democracia, que habían nacido en el S XVIII en Francia, y se habían irradiado por América Hispana -dando origen a la gesta por la independencia y por las organizaciones políticas intracontinental.
En Argentina, después de un calamitoso andar político en los años de la Segunda Guerra Mundial y una más que dudosa posición internacional, emergía un gobierno de neto corte fascista que no había trepidado en dar un golpe de Estado el 4 de junio de 1943. Sus claras simpatías por el régimen alemán se advierte con la “generosa” ayuda que brindó a cuanto a jerarca criminal nazi quisiera aposentarse sobre estas generosas tierras de libertad.
Los mensajes que provinieron del líder del movimiento que había sido el ganador de las elecciones de 1946 no fueron nunca elaboraciones castizas de paz, amor y esperanza. Bastaría recordar algunas quizás para comenzar a historiar el inicio de la grieta. “Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia“; (distribuiremos) “alambre de enfardar para colgar a nuestros enemigos” o de su esposa, “No nos alcanzará el alambre de fardo para colgar a los contras”; “Y por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. Suficiente estas linduras literarias (hay muchas más) para darnos cuenta que el justicialismo en cualquiera de sus manifestaciones -que para eso es un movimiento y no un partido- no insta al amor al prójimo o, con mayor técnica política, el respeto al adversario.
II. Las prescripciones de aceptabilidad de una democracia no son muchas pero sí indispensables: respeto a la ley y una predisposición a resolver las diferencias a través de procedimientos legales. Autoridades políticas electivas por períodos establecidos previamente. División de poderes para precisamente controlar el poder. Libertades civiles y políticas, incluida, por supuesto, la libertad de expresión. Oposición terminante a soluciones violentas y en particular al crimen político. El ciudadano de una república democrática ejerce su libertad en los marcos que prescribe la ley. Rechaza por razones éticas y morales las soluciones extremistas: fascismo y comunismo. El equilibrio institucional que hace posible la convivencia incluye valores humanistas que los pueblos han conquistado a lo largo de la historia pero que están siempre amenazados.
Una democracia que merezca ese nombre reclama de una mayoría de ciudadanos dispuestos en su vida cotidiana a vivir democráticamente, es decir a ejercer sus derechos y cumplir con sus deberes. Circunstancias que no son precisamente las que luce nuestro país y que, al no cumplirlas la plana mayor de la dirigencia, promueve que quienes los hayan ungido sus representantes, no tienen por qué hacerlas ya que son los mandantes, a quienes oportunamente hicieron funcionario, voto mediante. Porque, convengamos, que nuestros mandatarios no nacen de un repollo ni una cigüeña parisina los deposita en la chimenea mayor de una ciudad.
III. Así las cosas hemos naturalizado que te maten para robarte un celular, o que dos chiquilinas acuchillen a una tercera por supuestos amoríos púberes o que, al estilo Chicago (USA,1930) produzcan en cualquier hora una balacera que van dirigidas a las propias instituciones como es el caso de Rosario donde ni el Poder judicial (provincial y federal) se ha salvado de ello.
Pero institucionalmente también naturalizamos que violar la Constitución o la ley es una suerte de posibilidad con que cuenta quien más poder tiene. He ahí, por ejemplo, que la Vicepresidenta, a quien la persecución de la ley contra ella y una serie de altos funcionarios que la acompañaron durante su mandato, por la comisión de múltiples delitos, la sigue denominando “lawfare” o se permite hacer lo que el código procesal -que es una ley- no le permite. Si hasta pudo cambiar la hora de la exposición como acusada, pensando que el atraso le permitiría favorecer el “rating” de audiencia pero falló –una vez más y lo digo para aquellos que sueñan con la “estadista” que nunca fue- ya que excepto los canales oficialistas, los demás se preocupaban en difundir las condolencias por la muerte de Carlos Balá antes que difundir la defensa que hacía la Vice.
Si el Presidente de la Nación, en plena cuarentena y pandemia, se permite hacer exactamente lo que le prohíbe a sus gobernantes y como sanción solo tiene una pena pecuniaria de bajo monto, no se le puede pedir a la sociedad el cumplimiento de la norma si quien la dictó se ocupa de infringirla y de qué manera.
IV. En toda sociedad democrática moderna existen minorías antisistema que se toleran y de ser posible se asimilan. Asimismo, en toda sociedad democrática los enemigos de la libertad y la justicia acechan. No hay democracia republicana sin solución pacífica de las diferencias, pero la historia nos advierte que cuando la amenaza es ostensible, los pueblos están obligados a armarse en defensa de la Constitución y de un modo de vida. No hay sociedad democrática sin un orden económico libre que asegure la prosperidad, el crecimiento y el desarrollo posible. Los países democráticos que funcionan incluyen estas exigencias. No se trata de vivir en el Paraíso sino de las posibilidades que el sistema brinde a todos por igual, para que la carrera de la vida largue con todos los competidores desde la misma grilla. Hasta en las sociedades democráticas más avanzadas hay pobres y ricos, pero esas diferencias están atenuadas por la presencia de amplias clases medias y un orden económico que alienta la movilidad social ascendente. En la historia nada está conquistado para siempre, pero, al mismo tiempo, depende de nosotros que aquellas conquistas sin las cuales las razones de vivir perderían sentido, merecen defenderse.
V. A Winston Churchill -con quien comenzamos esta nota- le gustaba decir que vivir en una democracia significa saber que cuando alguien golpea la puerta de tu casa a las cuatro de la mañana, uno posee la certeza de que se trata de un amigo o de un vecino con dificultades y no de una patrulla de la Gestapo.